Cuando el autismo no es autismo: el reto de diferenciarlo del Trastorno de la Comunicación Social
El aumento de diagnósticos de autismo ha visibilizado una realidad compleja: no todos los casos de dificultades sociales corresponden al Trastorno del Espectro Autista (TEA).
En los últimos años, tanto en entornos educativos como en servicios de salud mental, se ha registrado un incremento en los diagnósticos de autismo en niños y adolescentes. Sin embargo, especialistas advierten que en algunos casos, detrás de esas dificultades sociales y del lenguaje, podría estar un trastorno diferente: el Trastorno de la Comunicación Social (Pragmático), una condición que suele confundirse con el autismo, pero que tiene un origen y una forma de abordar distinta.
¿Qué es el Trastorno de la Comunicación Social (Pragmático)?
Este trastorno, reconocido por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), se caracteriza por dificultades persistentes en el uso social del lenguaje, tanto verbal como no verbal. Las personas que lo presentan pueden comprender y producir palabras de forma adecuada, pero tienen problemas para usar el lenguaje según el contexto o el interlocutor.
Entre los signos más comunes se encuentran las dificultades para iniciar o mantener una conversación, ajustar el tono según la situación, respetar los turnos del habla o entender expresiones figuradas como metáforas o ironías. A diferencia del autismo, en este trastorno no existen conductas repetitivas ni intereses restringidos, aspectos fundamentales para el diagnóstico de un TEA.
¿Por qué se confunden?
Las similitudes entre ambos diagnósticos pueden generar confusión. En las aulas, por ejemplo, un niño con Trastorno de la Comunicación Social podría parecer tímido, distante o poco empático, comportamientos que también se asocian con el autismo.
Sin embargo, la raíz de las dificultades es distinta. En el autismo, los problemas sociales se acompañan de patrones conductuales repetitivos y de intereses muy específicos, mientras que en el trastorno pragmático los retos se centran únicamente en el uso social del lenguaje y en la comprensión del contexto comunicativo.
Reconocer esta diferencia es crucial, ya que un diagnóstico erróneo puede llevar a tratamientos poco efectivos. Mientras el autismo requiere estrategias conductuales y sensoriales, el Trastorno de la Comunicación Social necesita intervenciones enfocadas en el desarrollo del lenguaje pragmático y las habilidades comunicativas funcionales.
La importancia de una evaluación profesional
Ante la complejidad de estos casos, los especialistas insisten en que ni las familias ni las instituciones educativas deben apresurarse a catalogar a un niño o adolescente sólo por observar dificultades sociales. El diagnóstico debe realizarse mediante una evaluación interdisciplinaria que explore las áreas cognitivas, lingüísticas, sociales y emocionales.
En este proceso, el papel del neuropsicólogo resulta esencial, ya que su formación permite comprender la relación entre el desarrollo cerebral, el lenguaje y la conducta. Junto con psicólogos clínicos, fonoaudiólogos y psiquiatras infantiles, el neuropsicólogo puede determinar con precisión qué áreas están afectadas y cuál es el tipo de apoyo o intervención más adecuada para cada persona. Así pues, la gran importancia de la formación posgradual de los profesionales en Psicología; los cuales, encuentran en la Humboldt una variedad amplia, en este caso en particular, la Maestría en Clínica Psicológica, en convenio con la Universidad CES.